José Saramago (1922-2010)
“Las palabras son buenas. Las
palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpas.
Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas,
cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están
ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como
garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes
publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los
carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan,,
imponen,segregan, eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre
palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos
de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y
enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo
pensar lo que hace.
Hay muchas palabras.
Y están los
discursos, que son palabras apoyadas unas en otras, en equilibrio
inestable gracias a una sintaxis precaria hasta el broche final:
“Gracias. He dicho”. Con discursos se conmemora, se inaugura, se abren y
cierran sesiones, se lanzan cortinas de humo o se disponen colgaduras
de terciopelo. Son brindis, oraciones, conferencias y coloquios. Por
medio de los discursos se transmiten loores, agradecimientos, programas y
fantasías. Y luego las palabras de los discursos aparecen puestas en
papeles, pintadas en tinta de imprenta —y por esa vía entran en la
inmortalidad del Verbo. Al lado de Sócrates, el presidente de la junta
domina el discurso que abrió el grifo fontanero. Y fluyen las palabras,
tan fluidas como el “precioso líquido”. Fluyen interminablemente,
inundan el suelo, llegan hasta las rodillas, a la cintura, a los
hombros, al cuello. Es el diluvio universal, un coro desarmado que brota
de millares de bocas. La tierra sigue su camino envuelta en un clamor
de locos, a gritos, a aullidos, envuelta también en un murmullo manso
represado y conciliador. De todo hay en el orfeón: tenores y tenorinos,
bajos cantantes, sopranos de do de pecho fácil, barítonos acolchados,
contraltos de voz-sorpresa. En los intervalos se oye el punto. Y todo
esto aturde a las estrellas y perturba las comunicaciones, como las
tempestades solares.
Porque las palabras han dejado de comunicar.
Cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra, hasta
cuando no afirma, se afirma: la palabra es la hierba fresca y verde que
cubre los dientes del pantano. La palabra no muestra. La palabra
disfraza.
De ahí que resulte urgente mondar las palabras para que
la siembra se convierta en cosecha. De ahí que las palabras sean
instrumento de muerte o de salvación. De ahí que la palabra sólo valga
lo que vale el silencio del acto.
Hay, también, el silencio. El
silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha,
examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es
la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la
luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras
buenas y las malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan..."
Saramago, José - De este mundo y del otro, Ed.Ronsel, 208 pag., 1997
1 comentario:
Mercedes Ain:
Excelente reflexión.
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