martes, 14 de noviembre de 2017

El amor...

Egoísmo, amor, egocentrismo

Ego significa "yo", "lo mío". Amor significa "nosotros", "lo nuestro". Son dos actitudes opuestas pero flexibles pues, a lo largo del día, continuamente hacemos cosas desde el ego o bien desde el amor. Por ejemplo, si necesito comer o beber, estoy en el ego. Si escucho atentamente tus problemas, estoy en el amor. Ahora bien, ¿qué sucede si la mayor parte del tiempo estoy "fijado" en alguna de ambas posiciones? Ahí comienzan los problemas.
Si vives cristalizado en tu ego, en tu ombligo, en tu narcisismo, entonces no te interesan y ni siquiera ves a los demás, de los que sin embargo dependes para vivir. Esto te convierte técnicamente en un "parásito". El ego parasitario, que puede ser extremadamente destructivo, es el demonio que han combatido siempre, con razón, todos los sistemas morales. Porque el egocentrismo suele ser frío, insaciable y sin muchos remordimientos. Es un habitante del infierno.
Ahora bien, si, por el contrario, vives petrificado en un falso amor -el tú, el vosotros, el altruismo obstinado-, las cosas tampoco irán bien. Sólo serás un renegado de ti mismo, un corazón frustrado y culpabilizado, un irritante "salvador" de los demás. En realidad, sólo serás un ego quizá aún más desesperado que el anterior, un lobo disfrazado de cordero.
¿Cuál sería entonces la posición intermedia, una actitud compatible con la vida y la felicidad y, por ello, mucho más sana? Sería, sin duda alguna, nuestra capacidad de movernos fácilmente, fluidamente, entre un extremo y otro. Es decir, poder ocuparnos tan legítimamente de nosotros mismos (amor propio, autoestima) como, al mismo tiempo, de los demás (amor). En otras palabras: ser simultáneamente amorosos y egoístas.
El problema del mundo nunca fue el egoísmo (literalmente: amor a mí mismo), sino nuestra fijación en él, es decir, el egocentrismo (ombliguismo, narcisismo). Amor y sano egoísmo son una misma actitud respetuosa, afectuosa, hacia todos los seres humanos. El egocéntrico, en cambio, no ama a los demás y ni siquiera a sí mismo: no ama a nadie. Sólo vive encerrado a la defensiva en un grueso caparazón. Por tanto, como todas las personas somos más o menos egocéntricas, el secreto es no quedarnos atrapados en ello. Es perder el miedo y, en consecuencia, entrar y salir de nuestro caparazón sin ningún problema.
Autor: © JOSÉ LUIS CANO GIL
27 Mayo 2011